viernes, 10 de agosto de 2012

Pensar bien




En dos sentidos creo que es importante pensar bien.

El primero consiste en pensar desde la realidad y no desde el deseo. Hacer proyectos y actuar aceptando las cosas como son realmente y no como me convendría que fueran.

Uno tiene que adaptarse al mundo tal como es, incluso aceptar que uno forma parte de esa realidad que hay que cambiar, para, desde ella misma, cambiarla en la media de lo posible. No conduce a nada cerrar los ojos y actuar como si las cosas ya fueran de otra manera y no como realmente son. Hay que conocer el mundo y, sobre todo, conocerse uno mismo.

Me refiero a la realidad objetiva, la que podemos conocer mirando, escuchando y experimentando. Y más vale que miremos, escuchemos y experimentemos.

Para lo que se nos oculta, lo que no podemos ver, debemos suponer algo, y, en este caso, lo mejor es ser optimistas y suponer y esperar lo bueno y no lo malo.

Por ejemplo, no tenemos la absoluta seguridad de que mañana va a salir el sol nuevamente o si un cataclismo cósmico inesperado ocurrirá. Pero, en la práctica,  lo mejor es suponer que va haber otro día.

Quizás en una semana voy a morir, pero lo mejor es suponer que no, y no gastarme el sueldo de un mes en una semana…

En otro sentido, hace uno más atribuyendo a los demás sentimientos e intenciones positivas que suponiendo lo peor. Se ha hecho experimentos donde a un maestro se le dice que algunos niños tienen una inteligencia superior y luego se observa que esos niños precisamente, se desempeñan mejor que los otros, aunque en realidad no tenían nada de especial.

Cuando se le dice a un niño que es desordenado, o perezoso, lo volvemos desordenado o perezoso.

En términos generales, de la gente uno obtiene aquello que espera…

En otras palabras, pensar bien no es forzar la realidad para acomodarla a lo que queremos, sino aceptar que todo no depende de nosotros.  Estamos en las manos de Dios y muchas cosas que hoy no entendemos, cobrarán sentido cuando superemos esta realidad terrena…hay un más allá y es nuestro destino inexorable.

Si lo que nos proponemos está en el plan de Dios y es nuestra misión, Él nos dará fuerzas como se las dio a Elías cuando se acostó a morir debajo de la retama.

No somos ni ángeles ni demonios, somos simplemente humanos…