La lectura
de esta autobiografía de la madre Laura, primera mujer colombiana declarada
santa, depara grandes sorpresas y la mayor de ellas es que con esta
declaratoria, se reivindica la imagen de una mujer que no por fundadora dejó de
ser una simple maestra pobre y humilde, y quedan muy mal sus opositores en
vida, supuestos representantes de Dios en la tierra pero que hicieron quedar
muy mal a su representado.
La madre Laura
vivió en una época donde imperaban el machismo, el clasismo y el racismo. Y ella era mujer, pobre, morena y quería a
los indígenas… todo hacía prever que llevaría una vida aburrida, gris,
miserable. Pero no, por encima de maltratos e injusticias supo encontrar un
camino de luz, y descubrió su vocación que fue la de luchar por los indios
colombianos, ser su hermana y amiga, salvar sus almas. Esta misión le arrancó
lágrimas pero también alegrías y sobretodo la felicidad de saber que estaba cumpliendo
la voluntad de Dios, pues Él se lo hizo saber con signos muy claros, !verdaderos milagros!
La autobiografía
de la madre Laura Montoya es un documento que impacta por su sinceridad y por
la grandeza de espíritu que se pone de presente
a través del testimonio de su vida.
La suya fue
una época de violencia partidaria. De sectarismo donde el conflicto entre
conservadores católicos y liberales ateos o anticlericales daba lugar a actos de
intolerancia, guerra sucia y persecuciones
ante los cuales era difícil defenderse. La madre Laura fue perseguida
por liberales como el señor Alfonso Castro, como presunta representante de la
beatería y por el ultraconservador monseñor Builes, por mujer insubordinada…
Los puestos
de trabajo se conseguían gracias a palancas y muchas veces por azar y
conveniencia de alguno. Sucedían cosas tan folclóricas como que una chica de 16 años, la
entonces señorita Laura Montoya, terminara de directora del manicomio de
Medellín, cosa que sucedió hacia el año 1890. Por otra parte, me sorprendió el
hecho de que una simple maestra como era ella, pudo hacerse oír en congreso a
punta de telegramas pidiendo ayuda para la misión e incluso fue recibida por el
presidente de la república doctor Carlos E. Restrepo.
Era difícil acercarse
a los indígenas y enseñarles la ley de Dios, como pretendía Laura. Ellos decían: Tu no enseñar a mí porque yo no tener
alma… y con esto creían descorazonarla, pero ella más se empeñaba en
demostrarles que si tenían alma y que eran queridos por Dios. Como los antiguos
colonos y misioneros lo habían hecho quedar
tan mal, la misión de las hermanas era en primer lugar “hacer quedar bien a Dios”
ante ellos. Para esto se acercaban con humildad
y respeto y no poniéndose por encima. Esto era inconcebible una sociedad que veía a los indígenas como animales.
Ellos, con razón, tenían miedo de
que los engañaran una vez más para masacrarlos y despojarlos de sus tierras … la
madre Laura se dio cuenta de que no era con violencia y autoritarismo como se
podría lograr que los indígenas abrazaran la fe, sino ganándose su amistad,
generando confianza, dando testimonio de amor y servicio, poniéndose de su
lado.
Se ve que
era normal para ese entonces apropiarse de los triunfos de otros cuando esos
otros eran unas pobres mujeres como las hermanas de la madre Laura. Ellas
habían logrado, con un trabajo heroico y contra la oposición de la mayoría, establecer
una misión en Daveiba. Al final fueron despojadas por los reverendos padres
carmelitas. Igualmente sufrieron la
persecución del reverendo Siervo de Dios (¡) el obispo Builes por cuanto él
deseaba fundar unas congregaciones misioneras “desde arriba” y para ello, las
misioneras de la madre Laura, para ese entonces ya queridas por los indígenas, le estorbaban. Con engaños, este y otros prelados las
traicionaron y manipularon. ¡Muchas veces ejercieron labor disociadora desde el
confesionario! Fueron tantas las persecuciones contra la pobre hermana que si su obra no
hubiera sido de Dios con toda seguridad habría sucumbido y no hubiera hoy
recibido ella el reconocimiento de santa. El obispo Builes, el mismo que
declaró pecado el liberalismo, los bailes, que las mujeres usaran pantalones y montaran
a caballo a horcajadas, nunca la
perdonó. Hoy debe estar revolcándose en su tumba al saber que ella fue quien
terminó en los altares y él ha quedado ante el tribunal de la historia como un
fanático y un neurótico.
Por algo la
madre Laura no tuvo que luchar y fue para conseguir jóvenes que la siguieran.
Continuamente niñas y jóvenes seguramente seducidas por su personalidad, por la
pasión que la embargaba, querían sumarse a su congregación. Me imagino que eso las atraía más que una
vida mediocre y de sumisión, que era el destino de la mayoría de las mujeres
casadas en esa época.
Su lema era:
mi convento es la selva y la mula es mi celda. No fue amiga de ceremonias ni
rituales. Encontró a Dios en la contemplación de la naturaleza. El la premió con signos de su presencia
haciendo que por su medio se lograran prodigios como la erradicación de una
plaga de langostas y muchas curaciones.
¡Bendito sea
Dios por la vida y obra de Santa Laura Montoya!