viernes, 14 de agosto de 2015

Por qué el número de creyentes acríticos crece y la ciencia no interesa al público.


Voy a centrarme en la teoría de Darwin ya que está en el foco de la polémica entre la ciencia y la religión.
Aún hoy día para algunas personas es difícil conciliar la creencia en entes espirituales como el alma o Dios, con el reconocimiento de que existen mecanismos en el cerebro sin los cuales es imposible pensar o sentir y, sobre todo, que estos mecanismos han evolucionado desde prototipos presentes en antepasados comunes a nosotros y a nuestros parientes más próximos los simios. La idea de que para explicar esta evolución en términos generales no es necesario introducir entes espirituales pues basta con acudir a circunstancias y factores enteramente naturales y materiales, genera molestia en aquellos que fincan sus creencias metafísicas en alguna carencia básica de la materia la que de alguna manera no podría superar ciertas  barreras y alcanzar algún nivel de espiritualidad, para ellos necesario en el terreno de lo  humano.
Una de estas ideas es la creencia en la libertad del hombre. No estamos determinados de la misma manera como lo está la materia bruta o los animales.
La teoría de Darwin afirma que las especies cambian por descendencia con modificación debido a que los organismos de una especie varían mucho en sus características particulares lo que los hace más o menos aptos para la supervivencia en cada medio ambiente particular, y, como en cada momento la reproducción  genera muchos más individuos de los que pueden alcanzar la edad reproductiva,  la lucha por los recursos selecciona a los más aptos.
Darwin evitó usar la palabra evolución pues en su época esta palabra estaba asociada con teorías opuestas y se asociaba también con la idea más amplia de progreso lo que imponía connotaciones políticas indeseables.
Algunos como Daniel Dennet (uno de los 4 jinetes del ateísmo) piensan que con su teoría Darwin logró unir el ámbito de la imperfección e inercia material con el riquísimo mundo del sentido bajo una teoría metodológicamente naturalista. Pero preguntémonos ¿cuál sentido? No puede haber sentido en el azar.
Una ley como la que establece que el mecanismo por el cual las especies evolucionan es la selección natural, es como la ley de gravitación, un mecanismo de la materia. Algo inapelable y ciego.
No es necesaria la intervención de Dios en cada momento evolutivo así  como no es necesaria en cada instante de la caída de una piedra.
La visión corriente en la época de Darwin (mediados del siglo XIX) era la de que o bien las especies eran fijas o bien la materia incluía un principio vital no material que guiaba la evolución.
La revolución copernicana chocó en la época de Galileo con la oposición de la iglesia o al menos de los sectores conservadores y ortodoxos que creían en la interpretación literal de la Biblia.  La visión bíblica del universo sustentaba la posición privilegiada del hombre en el universo.
La teoría de la evolución empeoró las cosas para los fundamentalistas puesto que ahora era la jerarquía del hombre entre los seres vivos la que se ponía  en cuestión. Para Darwin somos de la misma materia que los demás animales. Como científico Darwin era profundamente materialista.  
Pero no se puede decir que fuera enemigo de la religión, entendida como un núcleo de creencias que dan respuesta al problema existencial y del bien y el mal y que nos hace unirnos alrededor de valores sagrados, incluso había pensado hacerse clérigo. De lo que era enemigo era de la abdicación de la razón que suponía el dogma religioso. Consciente de las consecuencias de su trabajo para la cosmovisión imperante, no solo retrasó la publicación de su trabajo durante casi veinte años, sino que también evitó consuetudinariamente dar declaraciones públicas sobre las implicaciones filosóficas de su teoría. En 1880, escribió a Karl Marx:
 Me parece (con o sin razón) que los argumentos directos contra el cristianismo y el teísmo apenas tienen ningún efecto en el público; y que la libertad de pensamiento será mejor promovido para el humano en pie que sigue el progreso de la ciencia por un esclarecimiento gradual. Yo, por lo tanto siempre he evitado escribir acerca de la religión y me he limitado a la ciencia. (Tomado de : Siempre desde Darwin: Reflexiones sobre Historia Natural, por S. J. Gould )
Sin embargo, el contenido de su trabajo era tan chocante para el pensamiento tradicional occidental que la resistencia persiste.
S. J. Gould dice que el hecho de que el potencial de la mente o la armonía del universo despierten nuestra admiración es independiente de que se las atribuyamos al azar y a las fuerzas naturales o a un Dios creador y diseñador.
Pierde de vista que la religión no es principalmente un dogma o unas creencias sostenidas individualmente sino sobre todo unas prácticas, rituales, actitudes y sentimientos compartidos. La fe no es irracional pero va más allá de lo racional. Es una necesidad tanto intelectual como afectiva que tiene que ver con la búsqueda de sentido y la inquietud acerca de nuestro lugar en el cosmos.
¿De dónde surgió el materialismo de Darwin y su desconfianza por la religión?  Como en tiempos de Galileo la sociedad de su época castigaba la libertad de pensamiento. Sectores conservadores atacaban y vetaban todo aquello que se opusiera a lo establecido. ¿Han cambiado mucho las cosas desde entonces? A veces nos parece que no.
Por otra parte, por cinco largos años a bordo del Beagle la compañía obligada del capitán Fitzroy, aristócrata, conservador y lector fundamentalista de la Biblia, ante quien Darwin debía pleitesía por su posición de subordinado, a pesar de la antipatía que le generaba, pudo inclinar la balanza en contra de la religión.
La relación entre ciencia y religión es compleja y está plagada de malentendidos. Constato que:
·        No toda persona religiosa es fundamentalista y cree en la literalidad de las escrituras.
·        Muchos intelectuales y científicos son personas religiosas.
·        Hay quienes piensan que la ciencia moderna floreció en el mismo ambiente religioso que el que dio origen al capitalismo, el puritanismo.
La gran mayoría del público ni es ilustrado en asuntos de teología ni en asuntos de ciencia y se limitan a seguir a sus líderes pues no están capacitados para discernir la verdad que cada vez se hace más y más compleja.
Actualmente la situación se ha invertido, antes se pretendía que la Biblia contenía la verdad en asuntos científicos y hoy se piensa que la ciencia posee la verdad en asuntos existenciales y humanos que exceden su competencia. La eficacia y el prestigio de la ciencia han conducido a un estado de cosas en que, por lo menos en los círculos del poder, a los que hablan en nombre de la ciencia se les concede autoridad y se identifica la religión con la charlatanería.
Desgraciadamente la mayoría de los líderes religiosos carecen de competencia en asuntos científicos y lo que es peor, promueven la  creencia ciega y la obediencia como virtudes.
También hay que reconocer que la mayoría de los que esgrimen la lucha por la ciencia en contra de la religión no han pasado del primer grado en catecismo. Me atrevo a asegurar que pertenecen a las élites más arrogantes que hay en este momento en el planeta, son tremendamente individualistas  y están muy alejadas de cualquier clase de sufrimiento o lucha por la vida.
La figura de Darwin es un arquetipo del científico de todas la épocas. Gozó  de entera libertad y de tiempo y recursos ilimitados para dedicarse a su pasión por investigar. Su vida fue muy distinta de la de un ciudadano del común.
¿Con quién se va a identificar un pueblo? No es con ese tipo de personas como los científicos aristócratas de hoy y de siempre cuya realidad existencial los asemeja a seres de otro planeta.  Tampoco con los maestros de los barrios marginados. Los que enseñan ciencias no son capaces de convencer tampoco. ¿Por qué no convencen? Porque ellos mismos no están convencidos. Los maestros no han conocido la ciencia más que de oídas y como otro dogma u opinión más. Para ellos, así como para los líderes religiosos, es asunto de autoridad, no de pensamiento crítico.
En Latinoamérica la religión no ha muerto, las iglesias tradicionales se mantienen y sus líderes son cada vez más capaces, cultos y comprometidos. Los nuevos grupos pentecostales crecen en número y hay pastores de todas las denominaciones religiosas que son capaces de irse a los barrios, hablarle al pueblo en su lenguaje, acompañarlos y ofrecerles guía y esperanzas.
Es por esto que en países donde hay pobreza, violencia, caos y sufrimiento, aumenta el número de creyentes (aunque no siempre su calidad) y a la ciencia nadie le hace caso.