martes, 29 de marzo de 2011

LA SOBERBIA

LA SOBERBIA
Por esta época del año la iglesia celebra la cuaresma. Es un tiempo especial dedicado a reflexionar sobre nuestra condición de pecadores y a prepararnos para aceptar la salvación: conviértete y cree en el evangelio es la propuesta que se nos hace en el miércoles de ceniza, día en que comienza la cuaresma.
Hoy día es difícil encontrar personas dispuestas a aceptar el concepto mismo de pecado. ¿Por qué?  El pecado es la negación de Dios y hoy día el hombre quiere ser su propio dios. Esto es especialmente cierto entre las personas de éxito social o económico como científicos, intelectuales, empresarios, etc.
La soberbia consiste precisamente en esto, en creerse superiores. Superiores a otros, superiores a Dios.  Y actuar en consecuencia, esto es, el soberbio desprecia al que considera inferior y lo aparta. No es capaz de sentir solidaridad, compasión, respeto por el otro.
La tentación de soberbia ataca principalmente a aquellos a quienes les va bien. Atribuyen su suerte a sus propios méritos olvidándose de Dios y justificando así la exclusión y la dominación que ejercen sobre los otros.
Es difícil situar la soberbia y distinguirla de, por ejemplo, el amor propio que se origina en la conciencia de ser hijos de Dios  o del orgullo que es la justa recompensa interior a, por ejemplo, un esfuerzo por alcanzar las propias metas.
El pecado de soberbia está relacionado con actitudes como el individualismo, los apegos, la posesividad, el complejo de superioridad, el autoritarismo intelectual o deseo de tener siempre la razón, el dogmatismo, el autoritarismo, el sentido de privilegio…
y, a su vez, puede ser contrarrestada por ciertas otras actitudes o prácticas como el pensar y actuar comunitariamente más que individualmente, ser desprendidos, no aceptar privilegios, desconfiar de halagos y adulaciones, ser humildes intelectualmente y estar abiertos a los demás.
El consejo evangélico es el de buscar servir antes que ser servidos, y preferir los últimos puestos antes que los primeros. Y la promesa es: El que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido 


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