lunes, 13 de junio de 2011

Necesidad del pensamiento mágico


El ambiente es caluroso, solemne, irreal. El sacerdote avanza con la custodia y la gente toca la eucaristía con sus manos, por encima del vidrio que la protege…se acerca a mí, yo sonrío, el sacerdote no sabe si es una sonrisa de alegría mística o es la sonrisa de una mente racional ante la ingenuidad del gesto… yo sé que estoy transportada a otro universo.

Yo, que quiero entender todo lo que es posible entender, acepto que hay cosas que es mejor no analizar. Que es preciso aceptar. Que ni siquiera puedo acoger desde mi singularidad sino que me llegan en la medida en que me fundo en la masa y resueno con ella   y el universo entero en una sola vibración.

A todas partes llevo unas cuantas cosas. Mi cepillo de dientes y mis pequeñas rutinas cotidianas. Mi oído atento y mis recuerdos… Me desprendo de lo inmóvil, del espacio, de lo que no me puedo echar al bolsillo… de lo que no ha pasado a formar parte de mi identidad. ¿Qué queda? La mujer primitiva, inocente, ingenua.

No es que me haya olvidado de la física o la economía. Es que no quiero perder el contacto con esas otras realidades que se abren paso a través del sueño, del éxtasis, de la locura…de la muerte. Dios nos habla en todas ellas y quizás sea más fácil encontrarlo por fuera de la geometría.

O, quizás, la lógica de Dios sea lo que menos nos importe a la hora de las decisiones vitales. El lenguaje matemático le sirvió a la hora de diseñar los cristales de nieve o los helechos, pero tuvo que aplicar otra lógica a la hora de dar al mundo el soplo de libertad y  de permitirnos luchar con él contra el desorden el dolor y la muerte… una creación siempre nueva fruto del amor que germina en el corazón de quienes quieren ir más allá de sí mismos…

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