Estamos
un una sociedad que se dice libre. En un estado que dice respetar la
vida, la libertad, la propiedad. El esclavismo hace mucho se acabó,
las mujeres tenemos derechos civiles, hay libertad de prensa, libre
mercado... pero...¿somos en verdad libres?
Es
cierto que el estado debe imponer restricciones al derecho de
propiedad sobre nosotros mismos. Sea por fuerza de razón o por que
creamos que Dios es nuestro dueño, hay límites, y muchos aceptamos
que no podemos hacer con nosotros mismos cualquier cosa.
Pero
cuando la libertad es la libertad del pobre para dormir debajo de un
puente … o de una madre o un padre para repicar y andar en la
procesión, como dicen o sea para trabajar y llevar la casa en
jornadas de 20 o mas horas diarias... o la libertad del individuo
para aceptar cualquier cosa de una empresa o del estado, uno se
pregunta ¿de qué libertad hablamos?
¿Será
acaso de la libertad para firmar contratos que lo obligan a pagar
impuestos y contribuciones a salud antes de haberle pagado bajo
amenaza de no pagarle?
Vamos
al fondo de la cuestión. Locke pone los fundamentos de la libertad
en la propiedad de uno mismo. En el estado de naturaleza cada quien
es dueño de sí mismo. Y por lo tanto no puede ser obligado a
trabajar para otro, a ceder sus posesiones a otro. Por ser dueños de
nosotros mismos no podemos ser tratados como posesiones, como cosas
de otras personas. No podemos ser esclavos sin atentar con un
principio natural. Ni siquiera podemos hacernos esclavos por voluntad
propia, eso sería ir contra nuestra naturaleza.
Este
principio de dignidad arraigado en nuestra conciencia nos lleva a
rebelarnos contra toda imposición arbitraria caprichosa o injusta.
Pero
desafortunadamente hay que reconocer que una bella teoría como esta
choca frontalmente contra una realidad muy distinta.
Primeramente
pensemos en el niño o niña. No es libre porque debe hacer lo que
sus padres le indican. Lo que la escuela le indica, lo que su
comunidad de pares le indica, coerciones a veces incluso en oposición
unas con otras.
Llega
el adolescente a la edad de la rebeldía pero si se libra de sus
padres, cae en las garras de otros amos. Buscando libertad se
encadena a sus amigos e incluso a sus propios impulsos
descontrolados...quiere ser libre para hacer lo que quiera pero ni
siquiera sabe lo que quiere.
Eventualmente
alcanza el joven la mayoría de edad y se dicta sus propias normas.
Por supuesto no puede cumplirlas pues hay conflicto entre ellas y
las de una sociedad no siempre lógica o justa.
Para
el adulto prima el principio de supervivencia o de realidad. Hay que
firmar cualquier cosa que la letra menuda diga para poder hacer algo,
la libertad de que hablamos es la libertad de aceptar la injusticia y
el absurdo.
Hablando
de absurdos reseño uno más o menos inocuo. Uno llama al 113 en
Bogotá y una grabación le informa: “Ud. acaba de elegir la
opción, consulta residencial de Bogotá.
Si su consulta es diferente a esta tendrá un costo de
300 pesos más iva” Queda uno en corto
circuito cerebral tratando de entender.
Hay
absurdos serios como el de obligar a un muchacho de 18 años a pagar
la libreta militar para poder tener permiso de trabajo cuando para
poder pagarla tiene necesariamente que poder trabajar. ¿Cómo se
sale de este círculo vicioso?
Si
no actúa uno según normas que se imponen para cuidar sobre todo a
esos otros mas grandes, las empresas, el estado, se queda sin los
servicios, sin el sueldo, sin nada. ¿Acaso puede poner sus propias
condiciones en pie de igualdad?
El
estado de naturaleza, no idílico sino ya corrompido por la guerra es
lo que nos lleva a fortalecer los lazos tribales, o, preferiblemente
a crear el estado de derecho, a asociarnos bajo un gobierno. Nada
impide que ambas cosas coexistan...
Pero
entre el estado de naturaleza y el contrato social, la libertad se
pierde.
¿Que
nos queda? Pues la libertad interior. No la de Sísifo que acepta
subir su roca reivindicando el absurdo, sino la de quien confía en
la victoria del espíritu humano cobijado por una realidad que nos
supera pero que nos guía y a la larga nos entrega la victoria.
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