sábado, 3 de mayo de 2014

¿Hay libertad?



Estamos un una sociedad que se dice libre. En un estado que dice respetar la vida, la libertad, la propiedad. El esclavismo hace mucho se acabó, las mujeres tenemos derechos civiles, hay libertad de prensa, libre mercado... pero...¿somos en verdad libres?
Es cierto que el estado debe imponer restricciones al derecho de propiedad sobre nosotros mismos. Sea por fuerza de razón o por que creamos que Dios es nuestro dueño, hay límites, y muchos aceptamos que no podemos hacer con nosotros mismos cualquier cosa.
Pero cuando la libertad es la libertad del pobre para dormir debajo de un puente … o de una madre o un padre para repicar y andar en la procesión, como dicen o sea para trabajar y llevar la casa en jornadas de 20 o mas horas diarias... o la libertad del individuo para aceptar cualquier cosa de una empresa o del estado, uno se pregunta ¿de qué libertad hablamos?
¿Será acaso de la libertad para firmar contratos que lo obligan a pagar impuestos y contribuciones a salud antes de haberle pagado bajo amenaza de no pagarle?
Vamos al fondo de la cuestión. Locke pone los fundamentos de la libertad en la propiedad de uno mismo. En el estado de naturaleza cada quien es dueño de sí mismo. Y por lo tanto no puede ser obligado a trabajar para otro, a ceder sus posesiones a otro. Por ser dueños de nosotros mismos no podemos ser tratados como posesiones, como cosas de otras personas. No podemos ser esclavos sin atentar con un principio natural. Ni siquiera podemos hacernos esclavos por voluntad propia, eso sería ir contra nuestra naturaleza.
Este principio de dignidad arraigado en nuestra conciencia nos lleva a rebelarnos contra toda imposición arbitraria caprichosa o injusta.
Pero desafortunadamente hay que reconocer que una bella teoría como esta choca frontalmente contra una realidad muy distinta.
Primeramente pensemos en el niño o niña. No es libre porque debe hacer lo que sus padres le indican. Lo que la escuela le indica, lo que su comunidad de pares le indica, coerciones a veces incluso en oposición unas con otras.
Llega el adolescente a la edad de la rebeldía pero si se libra de sus padres, cae en las garras de otros amos. Buscando libertad se encadena a sus amigos e incluso a sus propios impulsos descontrolados...quiere ser libre para hacer lo que quiera pero ni siquiera sabe lo que quiere.
Eventualmente alcanza el joven la mayoría de edad y se dicta sus propias normas. Por supuesto no puede cumplirlas pues hay conflicto entre ellas y las de una sociedad no siempre lógica o justa.
Para el adulto prima el principio de supervivencia o de realidad. Hay que firmar cualquier cosa que la letra menuda diga para poder hacer algo, la libertad de que hablamos es la libertad de aceptar la injusticia y el absurdo.
Hablando de absurdos reseño uno más o menos inocuo. Uno llama al 113 en Bogotá y una grabación le informa: “Ud. acaba de elegir la opción, consulta residencial de Bogotá. Si su consulta es diferente a esta tendrá un costo de 300 pesos más ivaQueda uno en corto circuito cerebral tratando de entender.
Hay absurdos serios como el de obligar a un muchacho de 18 años a pagar la libreta militar para poder tener permiso de trabajo cuando para poder pagarla tiene necesariamente que poder trabajar. ¿Cómo se sale de este círculo vicioso?
Si no actúa uno según normas que se imponen para cuidar sobre todo a esos otros mas grandes, las empresas, el estado, se queda sin los servicios, sin el sueldo, sin nada. ¿Acaso puede poner sus propias condiciones en pie de igualdad?
El estado de naturaleza, no idílico sino ya corrompido por la guerra es lo que nos lleva a fortalecer los lazos tribales, o, preferiblemente a crear el estado de derecho, a asociarnos bajo un gobierno. Nada impide que ambas cosas coexistan...
Pero entre el estado de naturaleza y el contrato social, la libertad se pierde.
¿Que nos queda? Pues la libertad interior. No la de Sísifo que acepta subir su roca reivindicando el absurdo, sino la de quien confía en la victoria del espíritu humano cobijado por una realidad que nos supera pero que nos guía y a la larga nos entrega la victoria.

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