viernes, 10 de octubre de 2025

Los “cuerpitos” de cera, una tradición entre la magia y la fe

 

Los “cuerpitos” de cera, una tradición entre la magia y la fe

La costumbre de adquirir figuras de cera —los llamados “cuerpitos”— y depositarlas ante imágenes religiosas en Colombia hunde sus raíces en un largo proceso histórico en el que se entrelazan religiosidad, simbolismo y prácticas mágicas. Esta tradición, aunque fuertemente arraigada en la religiosidad popular, suscita la pregunta sobre su verdadero origen y el sentido que hoy conserva.

Antecedentes históricos

El uso de la cera como soporte simbólico no es reciente. Ya en la Antigüedad etrusca y romana se ofrecían modelos anatómicos en cera como exvotos, testimonio material de dolencias físicas o de agradecimiento por curaciones. El documento Cuerpos de cera, un patrimonio olvidado. Religiosidad, superstición o ciencia en la representación del cuerpo humano, de A. Sánchez , S. Micó , N. del Moral,  lo confirma: Este material había sido ya empleado en la Antigüedad para realizar modelos de órganos enfermos o sanos que se daban como ofrendas votivas.

El mismo documento afirma más adelante:

Con el cristianismo medieval, la cera adquirió un sentido aún más profundo: A partir del siglo IX, su uso alcanzó un simbolismo máximo en el mundo cristiano al representar la carne del Salvador, luz y esencia divina. Dicha connotación encuentra su sentido dentro del contexto de los bestiarios medievales, los cuales otorgan un lugar preponderante y una importante carga simbólica a la abeja, insecto asexuado que, libre de cualquier impureza, se afana en la fabricación de una sustancia pura.

Así, los exvotos en cera se consolidaron como mediadores materiales entre el creyente y la divinidad.

Se destacó por esta tradición la Basílica de la Anunciación en Florencia.  Los peregrinos que llegaban a la iglesia a menudo dejaban ofrendas votivas de cera, muchas de ellas modelos a tamaño natural del donante. En 1516 se erigió un atrio especial para alojar estas figuras. A finales del siglo XVIII había unas seiscientas imágenes de este tipo, convirtiéndose en una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. En 1786, sin embargo, todas se fundieron para hacer velas.  La figura funcionaba como sustituto del cuerpo real o del problema del devoto: una forma de “depositar” la enfermedad, la dificultad o el deseo en manos de lo divino.

En la península ibérica se han encontrado en antiguos santuarios figuritas humanas o de partes del cuerpo, que se ofrecían a las divinidades como representación de deseos de agradecimiento, sanación o solicitud de favores: los llamados exvotos ibéricos. Obviamente su principal función era servir como canal de comunicación entre los fieles y la divinidad.

Ya en la Edad Media, en toda la península Ibérica, se popularizaron los exvotos de cera. En las viñetas de un famoso poema, Las Cántigas de Santa María, aparecen personas ofreciendo figuritas de cera a la Virgen para poder tener hijos.

La tradición se conserva, especialmente en la región de Galicia, tanto es así, que incluso hoy en día, se pueden encargar por internet y por un precio de alrededor de 20 euros, bonitos exvotos en cera de cualquier órgano del cuerpo.

En Colombia podemos suponer que esta tradición llegó con los colonizadores españoles y se mezcló con costumbres indígenas de ofrendas materiales a lo sagrado. Podemos encontrar esta práctica, por ejemplo, en las celebraciones al Señor de la Salud en Pandi, Cundinamarca, donde los fieles compran los exvotos con figuras anatómicas, pero también con forma de casas, motos o automóviles, y luego hacen largas filas para depositarlos a los pies de la imagen en el Santuario.

Dimensión simbólica y mágica

Más allá de lo ritual, los “cuerpitos” cumplen una función simbólica que roza lo mágico. Continúa el documento citado:

 El acto del creyente que se acerca a una iglesia y cuelga un objeto en cera al lado de la efigie de una Virgen o de un santo, implorando la curación de sus males, puede ser considerado un método de expulsión, ya que, mediante el exvoto, la propia enfermedad es proyectada hacia el exterior, fijada sobre un objeto y entregada a otro ser, en este caso divino. De ese modo, todo lo negativo es neutralizado y la posibilidad de muerte por causa de enfermedad desaparece. Como consecuencia, la muerte es dominada usando como medio el objeto en cera. La cera adopta una función mágica, en el sentido de que el cuerpo real del fiel o alguna parte del mismo es sustituido por un simulacro dispuesto cerca a la imagen.  Entre más semejante sea la figura al cuerpo original, más eficaz será para el propósito deseado.

En esta práctica podemos ver un ejemplo de lo que James Frazer denominó magia simpática.  Esta se fundamenta en dos leyes:  la “ley de semejanza”, esto es, lo semejante produce lo semejante, y en la “ley de contacto”, que establece que las cosas que estuvieron unidas siguen actuando recíprocamente a distancia.

Función para los fieles

El creyente no percibe el cuerpito como un simple objeto, sino como una representación o signo de su necesidad, su angustia o su gratitud.

Mediante el exvoto, su fe se concreta en un gesto visible: depositar lo que pesa en el corazón en una figura que lo simboliza. Esta materialidad, pese al riesgo de superstición, podría, bien interpretada, reforzar la fe y sostener la esperanza en la intervención divina. 

Aquí debemos recordar que, como dice Ma. Rosa Palazón M.  en ¿Qué es la magia? Un análisis filológico y filosófico:

Wittgenstein objeta que la magia sea considerada como un error. Por el contrario, dice, la magia está integrada por ceremonias satisfactorias de deseos expresos: es decir, es una actividad que expresa, satisface y apela a nuestra vida afectiva. Por lo tanto, manifiesta las emociones de una especie animal, la nuestra, proclive a ritos que minimizan el caos y dan sentido a sus vivencias. Adicionalmente, y dado que este comportamiento cultural apela a sentimientos –reflexiona el mismo filósofo–, es insostenible la división de las personas en inteligentes objetivos y en tontos crédulos: “Es muy curioso el que finalmente todas estas prácticas sean presentadas, por así decirlo, como tonterías. Nunca será plausible que los hombres hagan todo eso meramente por tontería”.

Y, más adelante concluye la misma autora:

En suma, la humanidad ha tenido dos principios, a saber: el “mágico” y el “objetivo”, según los cuales los signos son y no son las cosas, faltando aún las investigaciones interdisciplinarias que deslinden cuándo creemos en uno u otro y cómo los hemos ido distinguiendo a lo largo de la historia y de nuestra vida personal, si es que logramos distinguirlos.

 ¿Se debe fomentar esta costumbre?

Aquí hay matices:

Desde la fe cristiana oficial: la Iglesia católica ha visto con desconfianza estas prácticas, considerándolas a veces supersticiones o residuos de paganismo. Insiste en que la oración y los sacramentos son los verdaderos medios de gracia.

El catecismo católico dice en el numeral 2117:

Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural -aunque sea para procurar la salud- son gravemente contrarias a la virtud de la religión…

Desde lo cultural: es una práctica profundamente arraigada en la religiosidad popular. Es patrimonio cultural, un testimonio de cómo la gente común ha buscado relacionarse con lo divino de manera tangible y creativa.

Desde lo humano: esta práctica tiene evidentes elementos mágicos, sin embargo, condenar la magia no es tan sencillo pues en el desarrollo de la humanidad y de cada individuo, el ser humano usa el signo de manera que puede ser catalogada de mágica, para crear lenguaje y cultura, esto es, para dotar de sentido a sus experiencias y domesticar el caos en el que se encuentra inicialmente inmerso.  En este sentido, esta práctica cumple una función emocional y social: ayuda a canalizar miedos, dar sentido al sufrimiento y reforzar la fe comunitaria.

En conclusión:

Más que fomentarla acríticamente o rechazarla tajantemente, la tradición de los exvotos, o cuerpitos, puede valorarse como patrimonio cultural y expresión de fe popular, pero acompañada de una catequesis que ayude a distinguir entre la confianza en Dios y la idea de que los objetos en sí mismos tienen poder.

Referencias:

Sánchez , S. Micó , N. del Moral, Cuerpos de cera, un patrimonio olvidado. Religiosidad, superstición o ciencia en la representación del cuerpo humano.

Ma. Rosa Palazón M. , ¿Qué es la magia? Un análisis filológico y filosófico

G. Frazer, Los principios de la magia

Catecismo de la Iglesia Católica

Wikipedia

 

 

 

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