jueves, 12 de noviembre de 2020

Sísifa y Gaia pasan una temporada en el Jardín de las Hespérides.

 

Desideria quería arreglar su casa. Cultivar su jardín, ordenar sus libros y su taller de artesanías. Que esta casa rústica en ese pueblo perdido de las montañas colombianas, pudiera convertirse en su hogar, su centro de vida feliz. Miyofeliz era la clave del internet de ese sitio, entre otras cosas.

Solo faltaba algo. Que ese sitio fuera un lugar de acogida y el espacio donde pudiera construirse una vida en común con personas que estuvieran decididas a vivir filosóficamente los últimos años de su vida. Era el entorno ideal.

Ya se había hecho lo principal, ya había una casa y su jardín, varias habitaciones, cocina, biblioteca, seis gatos… ¿qué más se podía pedir?

En esta casa, llamada Jardín de las Hespérides,  Desideria podía leer, escribir y seguir en sus grupos de watsapp, tomar fotos, tejer, coser carpeticas, prender velas y poner barritas de incienso en la noches.

Entonces vinieron Sísifa y Gaia. Al principio muy contentas se dedicaron a sus respectivos hobbies.

Sísifa picaba y picaba cáscaras y bandejas para huevos. Regaba y regaba agua en el jardín y sobre todo quería estar caminando y haciendo ejercicio a toda hora.  ¿Para qué?, ¿Cuál era su meta?

¿Qué quería lograr? Su activismo era ante todo un misterio, o así lo veía Desideria.

Gaia se enfocaba en ordenar todo. Tenía muy buenas ideas y pronto la casa estuvo perfectamente funcional y agradablemente ordenada. También organizó el jardín eliminando palos y cosas fuera de lugar. Delimitó los sitios de siembra de plantas de jardín y combatió las hormigas. Su tiempo también estaba organizado y lo planificaba de modo que alcanzara a asistir a sus clases de bandola. Gaia parecía haber llegado a su meta interior, de llevar una vida sencilla y sin complicaciones.

Sísifa quería arrastrar en su activismo a Gaia y a Desideria. Gaia siempre la seguía y la tenía por modelo, ya que ella se consideraba algo perezosa. Pero Desideria estaba en el polo opuesto. Tanto picar cascaras y residuos ensuciaba el piso y no ayudaba a reducir el uso de plásticos, que era uno de sus principios ecológicos. Estas dos extranjeras parecían creer que ellas sí sabían lo que había que hacer o cómo había que vivir. Desideria sabía que no sabía, y en esto estaba tan adelantada a ellas como Sócrates a los sofistas.

Las cosas podrían haber evolucionado favorablemente al propósito de crear una pequeña comunidad, a la manera de los monjes medievales, si se hubieran  explicitado y puesto en común, por medio de un diálogo, un ideal  y algunas metas que respondieran a la pregunta:  ¿Qué queremos y qué estamos haciendo aquí?

De acuerdo con esas metas e ideales se hubiera debido escribir la correspondiente regla del “monasterio” establecer los votos y postular su máxima que tal vez no sería “Ora y labora” , pero sí “Sé amable, se claro y explícito, no des nada por sentado y , sobre todo, no te armes películas”.

 

 

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