Desideria quería arreglar su casa. Cultivar su jardín,
ordenar sus libros y su taller de artesanías. Que esta casa rústica en ese
pueblo perdido de las montañas colombianas, pudiera convertirse en su hogar, su
centro de vida feliz. Miyofeliz era la clave del internet de ese sitio, entre
otras cosas.
Solo faltaba algo. Que ese sitio fuera un lugar de acogida y
el espacio donde pudiera construirse una vida en común con personas que
estuvieran decididas a vivir filosóficamente los últimos años de su vida. Era el entorno
ideal.
Ya se había hecho lo principal, ya había una casa y su
jardín, varias habitaciones, cocina, biblioteca, seis gatos… ¿qué más se podía
pedir?
En esta casa, llamada Jardín de las Hespérides, Desideria podía leer, escribir y seguir en sus grupos de watsapp, tomar fotos, tejer, coser carpeticas,
prender velas y poner barritas de incienso en la noches.
Entonces vinieron Sísifa y Gaia. Al principio muy contentas
se dedicaron a sus respectivos hobbies.
Sísifa picaba y picaba cáscaras y bandejas para huevos.
Regaba y regaba agua en el jardín y sobre todo quería estar caminando y
haciendo ejercicio a toda hora. ¿Para
qué?, ¿Cuál era su meta?
¿Qué quería lograr? Su activismo era ante todo un misterio,
o así lo veía Desideria.
Gaia se enfocaba en ordenar todo. Tenía muy buenas ideas y
pronto la casa estuvo perfectamente funcional y agradablemente ordenada.
También organizó el jardín eliminando palos y cosas fuera de lugar. Delimitó
los sitios de siembra de plantas de jardín y combatió las hormigas. Su tiempo
también estaba organizado y lo planificaba de modo que alcanzara a asistir a
sus clases de bandola. Gaia parecía haber llegado a su meta interior, de llevar
una vida sencilla y sin complicaciones.
Sísifa quería arrastrar en su activismo a Gaia y a
Desideria. Gaia siempre la seguía y la tenía por modelo, ya que ella se
consideraba algo perezosa. Pero Desideria estaba en el polo opuesto. Tanto
picar cascaras y residuos ensuciaba el piso y no ayudaba a reducir el uso de
plásticos, que era uno de sus principios ecológicos. Estas dos extranjeras
parecían creer que ellas sí sabían lo que había que hacer o cómo había que
vivir. Desideria sabía que no sabía, y en esto estaba tan adelantada a ellas
como Sócrates a los sofistas.
Las cosas podrían haber evolucionado favorablemente al propósito de crear una pequeña comunidad, a la manera de los monjes medievales, si se hubieran explicitado y puesto en común, por medio de un diálogo, un ideal y algunas metas que respondieran a la pregunta: ¿Qué queremos y qué estamos haciendo aquí?
De acuerdo con esas metas e ideales se hubiera debido escribir
la correspondiente regla del “monasterio” establecer los votos y postular su
máxima que tal vez no sería “Ora y labora” , pero sí “Sé amable, se claro y
explícito, no des nada por sentado y , sobre todo, no te armes películas”.
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